Trabajos

Antes los chicos querían ser futbolistas o mecánicos. Hoy, médicos forenses y jueces; hubo uno que quería ser Paquirrín, pero eso es otra historia (ciertamente muy triste). Lo de forense, porque el muerto no se queja y si pones atención puedes saber quién lo ha matado y todo eso; lo de juez no me lo explico. O sí; a lo mejor para vengarse de los enemigos del cole con sentencias y admoniciones que salgan en la primera página de los periódicos, o quizá para absolver a amiguetes a los que han trincado los guardias por dar positivo en la prueba de alcoholemia. Desde luego que los peores serían los que sólo quieren ponerse el hato negro con puntillas, vamos los que lo hacen por pura coquetería, porque quedan tan elegantes detrás de una mesa de buena madera donde un ebanista ha tallado una señora justicia medio desnuda con una balanza en la mano (una lástima que ya no se lleve, para rematar el uniforme, el gorro negro con pompón que se llama birrete). Hasta aquí hablo de chicos estudiosos, hijos de gente de orden, de los que quieren que sus hijos manden de verdad con su Montblanc de oro en el bolsillo para rematar cualquier sentencia con una buena firma después de haber escrito mogollón de considerandos tan farragosos que para entenderlos haya que ser un hacha de la gramática parda.

Pues si esos son raros, imagínate cómo serán los guachos(as) que creen que juzgar es hacer lo mismo que el Risto Mejide, la Belén Esteban o la señora de Cospedal. De esos mejor ni hablar.

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