Desasosiego

A veces me gustaría romper todos los platos de la casa y empezar de nuevo, lo que pasa es que las vajillas cuestan una pasta y además todas las que he ido viendo en los comercios especializados me han parecido horribles. Por eso me lo pienso siempre antes de tirar un plato por la ventana; no me interesan los viandantes, ni la posible multa por ensuciar la calle (esas multas en mi pueblo no existen); me preocupa tener que cambiar mis hermosísimos platos de duralex (sed lex) por otros de loza de vaya usted a saber dónde los han hecho y con qué barro primigenio que lo mismo tiene impurezas para que luego te pongas malo. Digo que me gustaría romper los platos y echar por la calle de en medio, puñetas, y que salga el sol por Antequera; pero, viendo los sabios consejos de Pepe Blanco o de Solbes me estoy armando de paciencia, lo que quiere decir resignándome. Usted, amable lector(a), se preguntará por la causa de mi desasosiego. Pues no hay un motivo concreto, hay muchos y, según crece la crisis, aumentan: los banqueros y en especial el presidente de su patronal, el cardenal que ha venido a piropear a la vicepresidenta, algún ministro botarate, la mosca cojonera del Aznar o el puñetero cambio climático que me está dejando los huesos condolidos, y, vaya usted a saber. ¿Dónde?, pues a la escuela que dan pan y ciruela y de paso nos guardan a los nenes y así nosotros nos ponemos a currar como bestias para que algunos sinvergüenzas sigan trincando de lo lindo.

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