Lealtad


Sobre la mesa, un cartapacio lleno de planos y de palabras. Los argumentos, aprendidos; la sonrisa, afectada. Ruido. En el ambiente, mucho ruido porque la gente no quiere un basurero a la puerta de la casa. Los políticos prometen por dos, por tres veces, que no se construirá en ese término municipal. Un asistente, incrédulo, lo expresa con un cierto tono airado y es cuando el señor político, uno que manda, se reviste de dignidad. Qué entenderá el edil por dignidad; supongo que se cree merecedor de confianza porque, da a entender con el enfado, su palabra es sagrada. Continúa la tormenta en el salón entre tecnicismos y llamadas apenas perceptibles a la solidaridad donde se sugiere que alguien deberá tener el basurero de TODA la provincia de Cuenca; el concejal raso parece que se calla algo, quizás un «y por qué no vosotros si ya lo he apuntado en internet». Otra vez los que mandan (hay concejales que mandan; otros, no) confirman el compromiso: «no se hará el vertedero en todo el término», y es la cuarta vez que lo repiten. Toda una lección de demagogia que termina a las tantas con una acusación de deslealtad hacia la Junta. Al día siguiente, viceversa.
Lo susodicho es mi versión. Yo no entiendo de palabras, pero alguna eminencia de las que usan el lenguaje tan a la ligera podría explicarme qué puñetas quiere decir «desleal», (me suena a insulto y a una determinada actitud dañina ante la vida). Un consejo, escriban todos cien veces el valor del vocablo y pongan mucho cuidado porque viene cargado o de odio o de ignorancia.

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