El partido

Vi el partido. Disfruté como tantos de una coreografía perfectamente conjuntada donde los «nuestros» bailaron con singular elegancia a los contrincantes. Yo también vi el partido el jueves aunque estaba solo sentado bajo una morera, comiendo pipas, mientras jaleaba a lo que sea que se mueve vestido de amarillo dentro del televisor. Te lo juro, grité, no hay testigos, cuando aquellos atletas llenaban de gol hasta tres veces la nasa rusa con empuje, con constancia, con buen juego. No fue por patriotismo de bandera y toro, deplorable, sino gusto por lo bello, por el juego en equipo en donde los individuos se diluyen en el grupo que es el que siempre sale beneficiado; fue emoción al ver los abrazos sin envidia, y fue rabia ante el dolor contenido cuando alguno de los nuestros recibía un  golpe duro de los otros.

La vida, créeme, es un accidente, maravilloso eso sí, pero un accidente que te otorga patria, sexo, idioma, todo aquello que el ser humano necesita para mantenerse a salvo en mitad del campo. La vida son los valores, las creencias, la esperanza en el futuro; también la necesidad de cambio. La vida es respeto, amigos, dificultades y alegrías. Creo que cuando unía mi grito al de tantos millones de españoles fui  mejor persona; allí, rodeado de aliagas y cardos, no era una cabra montesina al estilo del lehendakari Juan José Ibarretxe, sino uno más en la comunión de gentes que desean ser felices compartiendo experiencias como la de aquel jueves memorable sobre el césped de un estadio precioso en el corazón de la ciudad de Viena.

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