Palabras, sangre

El lápiz se le va enredando entre las rayas del cuaderno y con su trazo romo va marcando una sinuosa senda que sólo podría interpretar un avisado explorador indio que supiese leer. La frase es corta, apenas cuatro líneas mal hilvanadas en una libreta pequeña; de fondo se oye el sonido nasal de un clarinete afónico que se rebela en el aparato de música. La última palabra escrita es ETA; vaya mierda de palabra. Con un poco de suerte, esta hoja acabará en el cesto de los papeles como todas las anteriores. Aprieta los músculos para poder extraer aún más jugo a los pensamientos, y por ese esfuerzo se le perla la frente, suda. «No tengo tan claro que los detenidos tengan la relevancia que quieren darles». Jusu Erkoreka, portavoz del PNV en el Congreso, ha hablado de las últimas detenciones de terroristas y dice más de lo que a simple vista parece: que en ámbitos nacionalistas se saben nombres, que la guardia civil han trincado a unos pichichanes, que los grandes capitostes de la banda encarnan a un pueblo irreductible al que nadie puede detener; dice más cosas que me callo porque me empieza a hervir la sangre. El lápiz ahora fluye a trompicones sorteando mis insultos; si el explorador indio siguiese este rastro acabaría en un «saloon» plagado de escupideras y humo. En la tele repiten otra vez el grito de López Peña, «Thierry»; el asesino vocea con la voz temblona de los cobardes palabras que en su boca se deshacen en sangre, sangre que nos cae a chorros a todos. Entonces me estremezco.

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