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Veo cómo el nido del águila imperial se va aclarando según amanece. El polluelo, cada día más grande, descansa desmadejado en el centro. Desde que supe de la existencia de la cámara web, acostumbro a conectarme temprano -hoy antes de que amanezca-, para disfrutar del espectáculo de la vida, un espectáculo maravilloso. He visto cómo los padres le llevan comida cuando la cría lo exige a gritos, o cómo la madre con su cuerpo hace de paraguas para evitar que se moje.
El día se aclara en Cabañeros y el sonido revitalizador de los pájaros despierta al blanquísimo animal que a estas horas ya está solo. Me gusta comprobar cómo ahí afuera, en mi calle, también amanece en gris mientras se oye a lo lejos el canto despistado de un autillo. La cría de águila se levanta torpe, sin brazos, se vuelve a sentar, se atusa el plumaje y mira cómo pasa el tiempo encaramada en lo alto de un árbol. Ahí abajo en cambio, en el contenedor de papel, los periódicos mojados por la lluvia se estremecen con noticias que hablan de maltrato a menores, de abusos paternos o asesinos crueles y estúpidos. En Cabañeros ya es de día y las ramas de los árboles apenas si se mueven. El estruendo de pájaros es enorme cuando llega la madre con una pieza de caza que ofrece a la pequeña, ahora en pie, que no sabe si hay alguien al otro lado, como tampoco debe de saberlo el periódico que cuenta la declaración del asesino de la niña de Málaga cuyas palabras sí nos hacen daño.

Comentarios

Ignacio ha dicho que…
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Ignacio ha dicho que…
El día que tenga yo esa contención y rotundidad en mi prosa te aviso y nos tomamos algo, para celebrarlo.

Nunca me había parado a pensar en el amanecer en gris, por cierto. Aquí en Chicago es exactamente eso, pero como siempre, hace falta que te hagan ver una interpretación de la realidad en papel para descubrirla tú.

Vaya lío metafísico-literario. Lo dejo aquí, que no son horas.

Un abrazo a todos,

Nacho.

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