Una de monstruos

Al tipo le ha atacado el fiero león de la gripe; está cansado y le importa un bledo lo que pasa más allá del catre donde purga tan ridícula enfermedad. Se siente un títere en manos de un monstruo que le hace delirar de fiebre o que le obliga a toser. Entre sueños, oye la radio como quien oye llover; no siente curiosidad por la nueva letra del himno patrio tan parecida a la de Pemán si no fuera por el uso de palabritas vacías y paisajes de cuento. No siente curiosidad por nada. Y bebe líquidos, el tipo bebe hasta hartar; la médica se lo ha recomendado advirtiéndole de que se abstenga de bebidas alcohólicas que solo sirven para sacarle el bicho malo que le anida dentro. La cama es ahora un campo de batalla donde pugnan las sábanas con la botella de agua, el pijama con las pastillas, o la almohada con el jamón de york. Le duelen los oídos. Se abriga hasta que empieza a sudar; al monstruo le gusta el calorcillo que le empaña las gafas.
Aburrido, el tipo reflexiona sobre las dos caras de la moneda, sobre ángeles y demonios. Está malito, ya lo he dicho. Canta canciones antiguas con su voz rota. En efecto, el monstruo se hace, aunque está convencido de que todos llevamos de serie los genes de la depravación. Entra en el cuarto la parienta riendo. El monstruo, se rehace cada mañana. En el termómetro, treinta y ocho. La bestia nace, estoy convencido. Risas y reproches con fondo de telenovela mientras esconde la cabeza bajo las mantas.

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