La bolsa, la vida

Es definitivo: el mundo se ha vuelto imbécil. Que por qué. Fácil. Camina zigzagueando como borracho por las intrincadas sendas de la economía; a cada bandazo, fluye por el orbe un río de adrenalina con tan mala sangre que un día de estos nos va a matar a todos de un disgusto. Hoy no se habla de otra cosa, en el trabajo, en el bar, en las casas de alivio los tipos, ellos, sacan la cartera para pagar el pelotazo y entonan la letanía: tenía tanto, ha llegado el «dow jones» y me ha birlado el equis por ciento, tío, un montón; al día siguiente, sonrisas, bromas, invitaciones a whisky de malta ; ¿te acuerdas ayer lo poco que tenía, pues ¡zas! se me ha incrementado el capital en un equis punto equis por ciento. Horrible. Todos padeciendo bursitis acongojante en el lado donde se cría el corazón, el izquierdo, creo. La gráfica del asunto representa más al ánima adolescente o ciclotímica del te quiero no te quiero; menos mal que entre que sube y baja el personal se entretiene, es un decir, y no le da por pensar en la falacia de la solidez inquebrantable de la economía: la cosa del futuro de los cuartos está más cercana a la adivinación que al análisis empírico.
Por cierto, y hablando de cuartos, voy a ver si me compro unos pañuelos guapos antes de que con la primavera, las alergias, el puñetero cambio climático y la victoria de los socialistas en las elecciones se pongan por las nubes y me tenga que limpiar los mocos con una teja.

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